Y se me ocurre pensar que para todo hay diferentes actitudes, que mi querido Rafael desecha por inapropiadas.
Estimo que en su afán cumplidor en la respuesta olvidó el final de mi epistola, en breve y sencilla prosa, ha de entenderse lo que se indica en ella y nada más, cuando afirmo sin miedo a equivocarme: "De una u otra manera me lo cobraré, como tú, como cualquiera, pensar otra cosa es de gilipollas."
Se ha de reconocer que conviene distinguir por gilipollas, aquellos que en un afán de competición se obsesionan en demostrar su estupidez, aquellos que por mandar entienden humillar. Se dice que para ellos en los frentes de guerra existen las "balas perdidas".
El gilipollas nace derrotado por si mismo, por su autodescalificación en el liderazgo moral y ético, se suicida con la corbata de su arrogancia y se hace aún más gilipollas si cabe.
A estas alturas ocurre que la dirección central de inteligencia ha decidido arañar otra vez más los mismos bolsillos. Es ya una obsesión inmerecida, es la manifestación de una mala baba sin parangón, ratificada en su reiteración.
Primero por decreto, después por desaparición de ciudadanos, finalmente por la contabilidad horaria, hemos pasado el umbral de epidemia, para vistas la estrategias de arañar por cualquier cosa, pasar al espacio de pandemia.
No es pataleta "mi amoll", ni enfado de parbulario "mi amoll", sin tratar de corregir, espero diferenciarte meridianamente, el "morrito retorcido", de la venganza del párbulo.
Es el caso que un joven infantil venía obligado a prepararse de víspera el bocadillo que se comería al día siguiente en el recreo matinal de aquel colegio de frailes. Con esmero cortaba el pan, descubría la miga, para extender sobre ella una generosa capa de mantequilla que cubría con azúcar, rematando el relleno con un delicado y fino picadillo de 2 onzas de chocolate con leche, finalizaba la tarea colocando la otra mitad del pan y envolviendo todo en un papel adecuado.
El curso estaba avanzado y no había conseguido comerse el bocadillo ni una sola vez porque sistemáticamente le era robado, repartido y como mofa se le devolvía en ocasiones el último bocado.
En su retorno a casa aquella tarde tomó una decisión. Al llegar a casa defecó en un orinal, extendió las heces sobre el pan y lo dejó en la ventana toda la noche para que perdiera el olor. A la mañana siguiente dejó el bocadillo donde siempre lo dejaba y esperó, al rato algunos compañeros comenzaron a desfilar camino a los servicios, incluso a uno de ellos le recuerda con la marca en los dientes.
Nadie volvió nunca a robarle el bocadillo.
Tomado de "El bálsamo de Fierabrás" (que envidia de titulo)
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1 comentario:
buen post
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