Este descalabro de persona, que nunca fue capaz de hacer los deberes, que chupó castigos incontables, pero que reconoce la labor de un maestro de jóvenes que fue capaz de enseñarle a leer e incluso a estudiar, ha finalizado sus tareas docentes como tutor de residentes de la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria.
Y triste como estoy, con la consulta incompleta, os echo de menos y así como estoy pensando en vosotros, me viene el recuerdo de mi “pequeño maestro franquista”.
Como a él me ha llegado el tiempo del final, como a él se me agolpan los nombres y las biografías de todos vosotros y más cuando los pacientes, conscientes de mi soledad, me recuerdan vuestros pasos y lo bien que se sintieron en vuestros cuidados, con esa frase que repiten de: “has tenido buenos residentes”. ¡Los mejores!, respondo.
Tanto he aprendido de vosotros, de vuestras dudas, de vuestras incertidumbres, que no puedo estar mas agradecido por la felicidad que me habéis proporcionado.
Espero haber alcanzado lo que mi “pequeño maestro” me enseñó, lo importante en el camino de la felicidad es empezar por estar a gusto, luego viene el gusto por las cosas y se continua por disfrutar de ellas.
A los que habéis conocido mis cuadros, esos para algunos horrorosos y para mi entrañables, deciros que el calor de los últimos veranos les derritió la silicona que los cubría y me he visto obligado a cambiarlos, pero por los nuevos nadie hace comentarios y ¡mira que hay barcos!.
Como todos os habéis esforzado en conseguir que la mesa esté ordenada, sin montones de papeles, contaros que me he esforzado pero he vuelto a escribir y firmar en la irregular superficie de los montones de papeles y es que la firma no sale igual.
En el rincón del lavabo ya no cabe nada, como siempre, pero he conseguido hacer desaparecer dos cajas de basura, como veis me sigo esforzando.
Me amenazan con enviarme a residentes de especialidad por no se que troncales, así que no tendréis que sentiros únicos cuando veníais y si mediar palabra os colocaba bajo la ventana, los nuevos seguirá aprendiendo que lo más parecido a la verdad es aquello que ocupa el terreno de la mesa entre el paciente y el médico desde la ventana, después el resto y seguirán sintiéndose pequeños como nos sentimos todos en esos espacios.
La bata sigue colgada de la percha porque, ahora más que nunca, me han dicho que ahorre y me sigue dando apuro que se gaste. Mira que conozco el careto de la jefa de enfermería cuando aparezco en el botiquín de civil, no entiende que Pepe no me reconoce disfrazado, ni entiende aquello de: “tanto trapo para tan poca función”.
Después de nueve años de la solicitud del maletín, lo he recibido, es negro y con cremalleras, ya tengo pensado dejarlo en el último aviso, del último paciente, de mi último momento, con el encargo de que sea destruido.
No puedo resistirme a seguir tocando todos los timbres de la escalera, siempre os dije que era porque “el paciente vive por aquí”, ¡os mentí!, desde niño no puedo contenerme cuando veo un montón de botones en fila.
He de confesaros que me estoy haciendo mayor, he comenzado a escribir en el “Osabide”, cuando me acuerdo de no olvidar.
Espero haberos transmitido que la consulta de primaria es lo opuesto a la aburrida rutina, que ni la consulta diaria, ni los pacientes cansan, que somos nosotros los que la empezamos cansados, que la risa, las bromas y el cachondeo son las limas que quitan hierro a nuestro trabajo, agotadas las alternativas siempre queda el gratificante recurso de arrancar una sonrisa de los pacientes, me consta vuestro ejercicio cotidiano de esta faceta.
Nombraré al primero, Joserra y al último David, como extremos del conjunto de “mis residentes” y sabéis que además están a los que como “míos” traté, ¡os echo de menos a todos!
Nunca os comparé, cada uno de vosotros es irrepetible, las generaciones no sois diferentes, cambiamos nosotros que envejecemos y nos invade la envidia de vuestra juventud y vuestro impulso.
Sed buenos y seguir progresando, os quedo agradecido porque os he vivido a todos y todos me habéis aguantado.
Un abrazo del loco.
Un adiós con abrazo
Como quien se sabe en el último esfuerzo,
sabiendo que termina el camino al doblar la próxima esquina.
Me siento inmenso al robar un color de vuestra sonrisa,
y no siento el dolor del jirón de piel,
que me dejo en el intento.
Posiblemente un mañana oiréis contar,
que por vosotros libré alguna que otra batalla.
Aunque os separe la distancia,
y el tiempo transcurrido parezca largo,
mantened vuestra amistad intacta, sin olvido,
como un elemento mas de vuestras complejas biografías.
Solo quise veros felices en este paraíso,
fugaz, sutil, casi un momento,
como imperceptiblemente antiguo.
Cuando alguien pasado el tiempo,
os informe de mi mejor situación,
derramad una lágrima, si me hice merecedor,
y en mi nombre, al alba, haced un brindis al sol,
después un beso y guardadme en el recuerdo.
J.J. Bilbao L.
(todo medido, planificado, premeditado, y que parezca casual)
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